Dra. Joyce

Hoy, en el día de su natalicio, deseo rendir un tributo profundo y con gratitud a una mujer que marcó de forma indeleble mi camino: la Dra. Ivonne Moreno Velázquez. Su nombre vive en quienes tuvimos la fortuna de conocerla, trabajar a su lado y aprender de su forma de liderar: una que nace desde la sabiduría, la generosidad y la convicción de que el liderazgo verdadero transforma personas y sistemas desde adentro.

Con ella aprendí que la salud en el trabajo no solo es un ideal, sino una meta alcanzable. Fue junto a ella que descubrí la Psicología de la Salud Ocupacional (PSO), una subespecialidad que hoy forma parte esencial de mi práctica profesional. Junto a un excelente equipo de trabajo, trajimos a Puerto Rico el modelo de Organizaciones Psicológicamente Saludables de la Asociación Americana de Psicología (APA). Ella no solo lideró este esfuerzo: fue el motor. Visitamos organizaciones, promovimos la adopción del modelo, impulsamos su medición, y gracias a esa gestión incansable, varias organizaciones del país fueron premiadas, tanto a nivel local como en Estados Unidos.

Ivonne fue quien avivó en mí una pasión que ya estaba latente: el balance vida-trabajo. Ella me ayudó a mirar ese interés desde una perspectiva académica e investigativa. Me acompañó a desarrollar mi disertación doctoral sobre este tema, y me mostró que un buen equilibrio no es lujo, sino una necesidad para el bienestar y la productividad.

Fue, además, una mentora que creyó en mí con acciones concretas. Me ayudó a prepararme para la entrevista de mi primer empleo formal en el Banco Popular de Puerto Rico, y fue tan lejos como regalarme mi primer traje formal de negocios para que pudiera presentarme con confianza. Esa era ella: generosa, cuidadosa con los detalles, pendiente del crecimiento de los demás como si fuera propio.

 

Gracias a ella, coenseñé mi primer curso graduado en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. También facilitó, junto a otros profesores y profesoras que también creyeron en mí, mi entrada a la facultad del Departamento de Psicología. Me integró a investigaciones, me nombró coautora en artículos, y me llevó a congresos internacionales a presentar nuestro trabajo. Me impulsó a crecer, me dio espacios y me enseñó con el ejemplo cómo acompañar a otros a crecer.

Como líder administrativa en la UPR, tuve el honor de trabajar junto a ella en varios puestos gerenciales. Allí aprendí otra gran lección: las reglas existen para sostener a las personas, no para limitarlas. Ivonne sabía cumplir con las normas sin dejar de ser humana. Era capaz de adaptar las políticas sin perder su esencia, buscando soluciones justas para estudiantes, facultad y personal. Su liderazgo no era sólo institucional: era profundamente ético.

Fue también conciliadora. Integradora. Sabía reunir perspectivas distintas, abrir espacios de diálogo, tender puentes. Organizamos eventos junto a equipos de trabajo donde las organizaciones venían a la universidad y la universidad salía a las organizaciones. Participó activamente en gremios como la APA y la Asociación de Psicología de Puerto Rico. En todos esos espacios, su voz era de escucha, encuentro y negociación sostenible.

Como si todo esto fuera poco, también fue clave en que yo comprendiera la importancia de compartir lo aprendido. Ella me enseñó que el conocimiento no se guarda: se expande. Por eso lo hice con tanto compromiso mientras fui docente, procuré hacer lo que ella hizo conmigo con mis estudiantes. Hoy lo hago desde cada taller, conferencia, coaching, mentoreo que ofrezco. Es su legado, uno de los que me toca seguir expandiendo.

Su hija, con una mirada profundamente amorosa, también quiso compartir cómo la vivía:

«Mi mamá veía el potencial en las personas, no solo por lo que eran, sino por lo que podían llegar a ser. Creía en los sueños de los demás, y jugaba un papel activo en hacerlos realidad. Era inteligente, capaz, y sus consejos te llevaban lejos, porque venían de su fe y su comprensión. Aprendió de una generación de luchadores. Mis abuelos sacaron adelante sus negocios a fuerza de trabajo, y ella heredó ese espíritu. Su motivación iba más allá de sí misma. Veía las luchas de los demás… y desde ese amor tan grande, actuaba. Trabajaba por los otros, luchaba por los demás, y eso la hacía tan grande. La gente la quería mucho, porque ella se daba a querer. Porque su corazón era enorme… lo sigue siendo.»

Hoy, su ausencia se siente. Pero también se siente su presencia en cada gesto, cada lección, cada valor que nos dejó. Tengo una gran deuda con ese legado. Me toca seguir haciendo. Me toca compartir lo aprendido con otros, acompañar desde ese mismo compromiso, y hacer que su semilla siga rindiendo frutos.

Porque fue demasiado valiosa como para no multiplicarla.

Gracias por tanto. Gracias por siempre.

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