
Nunca he seguido a alguien que proyecte inseguridad. Es difícil confiar en un líder que titubea antes de tomar una decisión, que parece dudar de su propia capacidad. Y es que la seguridad en una misma es clave para que otras personas te sigan.
Siempre me ha gustado aprender cosas nuevas, desafiarme. Pero en honor a la verdad: muchas veces me he preguntado si realmente puedo con ciertos retos. ¿Estoy capacitada para esto? ¿Tengo lo que se necesita? Estas dudas, curiosamente, aparecen cuando me comparo con otras personas que parecen más avanzadas, con una destreza que parece natural para ellas en algo que yo apenas estoy descubriendo. Y ahí es donde la seguridad que admiramos en otros parece desvanecerse en nosotras mismas.
El síndrome del impostor: cuando sientes que no eres suficiente

Este tipo de pensamientos no son aislados ni exclusivos de ciertas personas. De hecho, hay un nombre para esto: el síndrome del impostor. Según la International Journal of Behavioral Science, el 70% de las personas lo experimentan en algún momento de su vida profesional. Es la sensación persistente de no ser lo suficientemente competente, de haber llegado a un lugar por suerte o por error, y el temor constante de que en cualquier momento alguien lo descubrirá.
Cuando comencé como socia y directora ejecutiva de una empresa de seguridad, el síndrome de la impostora no tardó en hacer acto de presencia. Como profesora, me sentía en mi elemento. Claro, siempre hay áreas para mejorar, pero enseñar ha sido parte de mi vida desde niña, y en la consultoría también encontraba un espacio cómodo. Escuchar, analizar, dar recomendaciones… era algo que ya hacía de forma natural, solo que ahora con un enfoque profesional.
Pero estar a cargo de una organización fuera de mi área de formación, con socios cuyas experiencias y estilos de negocio eran distintos a los míos, me llevó a cuestionarme. ¿Realmente estaba preparada para ese rol? Me sentía como si estuviera ocupando un lugar que no me correspondía.
Sin embargo, nunca dejé que se notara. Siempre he sido buena proyectando seguridad. Además, disfruto los retos. Y quizás eso fue lo que me ayudó a enfrentar la duda: ver la incertidumbre no como una amenaza, sino como un rompecabezas por resolver.
De la duda a la acción: construyendo confianza día a día
Algo que siempre les digo a mis clientes de coaching cuando enfrentan estos miedos es: si estás en este puesto, es porque tienes lo necesario para empezar. Y, como toda persona, siempre habrá espacio para aprender y mejorar.
La autoconfianza se refuerza con cada paso, con cada pequeño logro. No es un estado permanente, sino un músculo que se entrena y se fortalece con el tiempo. Algunas estrategias para cultivarla incluyen:
- Reconocer tus logros: Haz una lista de tus éxitos, por pequeños que sean. Tener un registro tangible de tus avances ayuda a combatir la duda.
- Aceptar el aprendizaje como parte del proceso: Nadie comienza sabiendo todo. En lugar de ver los errores como fracasos, míralos como oportunidades de crecimiento.
- Buscar mentoría y apoyo: Rodéate de personas que te ayuden a ver tu potencial y te brinden retroalimentación
- Cuidar el lenguaje interno: La forma en que te hablas a ti misma influye en tu confianza. Cambia el “no sé si puedo” por “voy a encontrar la manera de hacerlo”.
Y algo muy importante: tener seguridad en ti misma no es arrogancia ni falta de humildad. No se trata de creerte mejor que nadie, sino de reconocer tu propio valor. Porque si no lo haces tú, ¿Cómo esperas que lo hagan las demás personas?
Así que sigue explorando lo que haces bien, sigue creciendo, sigue retándote. La confianza no es algo con lo que nacemos, sino algo que construimos. Así que sigue explorando lo que haces bien, sigue creciendo, sigue retándote. La confianza no es innata, es una construcción diaria.